La problemática del dolor crónico y la inflamación, son enfermedades tipificadas como tal por la OMS afectando a gran parte de la población bajo diferentes formas, y que en muchos pacientes pueden llegar a ser incapacitantes en su día a día.
Con frecuencia escuchamos hablar de dolor e inflamación casi en cualquier parte y situación, y sin duda, son dos sensaciones que por desgracia hemos padecido en más de una ocasión. También, y de forma casi intuitiva, asociamos ciertos tipos de respuesta inflamatoria a la percepción de estímulos dolorosos, y en efecto, el dolor es uno de sus síntomas característicos acompañados de tumor, rubor y calor.
Sin embargo, el dolor crónico tiene una serie de características que lo distinguen claramente de cualquier otro estímulo nociceptivo o doloroso. En primer lugar, se trata de un dolor intenso y persistente durante meses tras cesar la causa que lo originó, como puede ser dolor postoperatorio, un traumatismo infecciones, o enfermedades con un fuerte componente inflamatorio. Por otro lado, debe manifestarse con una periodicidad regular, siendo habitual que se experimente durante al menos 3 días a la semana. Por estos motivos resulta fácil comprender porque el dolor crónico puede llegar a ser incapacitante para muchas tareas cotidianas, especialmente entre aquellos que lo padecen con mayor intensidad.
Ateniéndonos a su procedencia, el dolor crónico puede ser nociceptivo, neuropático o mixto. Las diferencias entre nociceptivo y neuropático estriban en que en el primer caso el dolor es sensorial, esto es, el estímulo doloroso es percibido por receptores somáticos localizados en diferentes partes de nuestro cuerpo y procesado en el cerebro, siendo las causas más comunes un proceso inflamatorio, patologías musculares o esqueléticas o problemas mecánicos. En el caso del dolor neuropático crónico, el dolor es generado directamente por una señalización aberrante de un nervio, comúnmente producido por una lesión en el sistema nervioso central o periférico, y éste se manifiesta sin que exista un estímulo doloroso desencadenante o como resultado de la exposición a un estímulo no doloroso (alodinia) [1].
La inflamación y el dolor crónico están fuertemente asociados
Por su parte, la inflamación es una respuesta defensiva precoz de nuestro organismo ante el contacto con partículas extrañas, una abrasión o un traumatismo. Esta respuesta tiene por objeto impedir que los patógenos o antígenos potencialmente dañinos accedan a la circulación sistémica, y además activa las células del sistema inmunitario y las recluta al foco de infección o zona afectada.
La respuesta inflamatoria debe estar muy acotada en el tiempo e intensidad para que no sea dañina
La cara negativa de la inflamación radica en que genera daño a los tejidos adyacentes y dolor en las zonas afectadas, siendo necesario posteriormente la activación de mecanismos antiinflamatorios y de regeneración tisular para establecer la homeostasis. Es por esta razón que la respuesta inflamatoria debe de estar muy controlada en cuanto a su duración e intensidad para que ésta no resulte perjudicial para nuestro organismo.
La OMS considera el dolor crónico como una enfermedad…y con gran incidencia poblacional
Una de las situaciones en las que la inflamación se cronifica y persiste por tiempo indefinido es en el dolor crónico, el cual se puede manifestar en diferentes formas. La OMS (Organización Mundial de la Salud), considera el dolor crónico como una enfermedad en sí misma, si bien es cierto que muchas veces este tipo de patología no es diagnosticada correctamente. De hecho, según datos de la Sociedad Española del Dolor (SED) se estima que el18% de la población adulta europea padece esta enfermedad, llegando a ser intenso hasta en el 6% de la población total [2].
Llegados a este punto probablemente nos estemos haciendo estas preguntas, ¿qué es el dolor crónico?, ¿por qué se produce?, y tal vez lo más importante, ¿se puede tratar?
A continuación, te lo contamos todo, tan solo sigue leyendo.
¿Cómo reconocer el dolor crónico?
Para saber si padecemos este tipo de patología tan frecuente en la población, en primer lugar, hemos de dejar claro que su diagnóstico tan solo puede hacerlo un médico especialista, por lo que es impredecible el asesoramiento médico. No obstante, los primeros indicios de que podamos padecer dolor crónico se basan en si éste persiste durante más de 3 meses (generalmente entre tres y seis meses), o si se extiende más allá de la cicatrización de tejidos o la resolución de la enfermedad subyacente. También, en ocasiones el criterio seguido por los especialistas de la salud para su diagnóstico considera que es aquel que persiste durante más de tres meses, manifestándose de forma continua o intermitente durante al menos 5 días a la semana con intensidad moderada o alta [1].
El dolor crónico suele manifestarse como un dolor sordo o punzadas, frecuentemente acompañado de ardor y malestar generalizado, e incluso con palpitaciones. Además, esta enfermedad puede provocar o retroalimentar otra serie de síntomas como cansancio, problemas para conciliar el sueño, cambios de humor, y en ocasiones depresión.
¿Por qué se produce?
La causa del dolor crónico no siempre es conocida, si bien en muchos casos se debe a una lesión de un nervio del sistema nervioso central o periférico producida por un fenómeno inflamatorio como sucede en el dolor neuropático crónico. Algunas de sus causas más comunes son artritis u osteoartritis, procesos postoperatorios, diabetes, infecciones virales, lesiones que generen neuroinflamación etc.
En un estudio observacional llevado a cabo con 46000 pacientes procedentes de Europa e Israel se constató que con mucha frecuencia este tipo de dolor tenía su origen en una enfermedad inflamatoria como artrosis o artritis reumatoide (42% de los casos), hernia de disco o fractura de vértebras (20% de los casos) o un trauma o cirugía usualmente asociado a un fuerte dolor postoperatorio. [3].
¿Cómo se puede combatir?
La pregunta que más interés despierta entre aquellos que padecen dolor crónico es cómo tratarlo. Sin embargo, cada vez son más los pacientes que se formulan una pregunta alternativa, y es si existen nutrientes o suplementos capaces de mantener esta dolencia a raya de forma mantenida en el tiempo. Ante este cambio de paradigma, se hace evidente que nuestro estado nutricional es determinante para tal fin, y especialmente el tipo de grasas que consumimos y sus proporciones.
Conviene recordar que el dolor crónico, independientemente de su origen, está motivado por una percepción nociceptiva de nuestro sistema nervioso que es interpretada por nuestro cerebro como dolorosa. Ante esta situación, la puesta en marcha de mecanismos de analgesia es clave para “cortocircuitar” las vías que informan del dolor. [4]
Los Omega-3 EPA y DHA actúan directamente sobre las causas del dolor crónico: inflamación y estimulación nociceptiva.
Aunque el tratamiento más frecuentemente utilizado son los antiinflamatorios no esteroides (AINEs) como ibuprofeno o nolotil, su uso continuado, y en ocasiones indiscriminado, ocasiona problemas hepáticos y renales a estos pacientes. Por esta razón, cada vez son más los especialistas y pacientes que se decantan por la administración de suplementos dietéticos naturales con efecto antiinflamatorio y capaces de inducir analgesia. Entre éstos, los más ampliamente estudiados son los aceites de pescado ricos en ácidos grasos Omega-3. Los ácidos grasos Eicosapentaenoico (EPA) y Docosahexaenoico (DHA) reportan numerosos beneficios a nuestra salud debido a sus potentes efectos antiinflamatorios y analgésicos sobre las vías sensoriales del dolor. Además, y a diferencia de los AINEs, su consumo regular inferior a 5g diarios no comporta efectos adversos tal y como recoge Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) [5].
Los efectos antiinflamatorios y analgésicos de EPA y DHA se deben a su capacidad para ser convertidos enzimáticamente en lípidos bioactivos denominados “oxilipinas”, moléculas capaces de promover estos procesos fisiológicos. Las oxilipinas son derivados oxigenados de ácidos grasos Omega-3 (y también Omega-6) formados por eicosanoides y, en el caso de los Omega-3, además moléculas pro-resolutivas de la inflamación o SPM (del inglés, “Speciallized Pro-resolving Molecules”), capaces de ejecutar mecanismos capaces de atenuar la inflamación e incluso promover su resolución [6].
Este efecto, por sí mismo resuelve una de las causas más comunes del dolor crónico: la inflamación. Sin embargo, las oxilipinas sintetizadas a partir de EPA y DHA son también capaces promover la analgesia al actuar sobre los nervios nociceptivos. Esto se debe a que estos mediadores lipídicos se unen selectivamente a receptores específicos de la superficie neuronal, induciendo una mayor liberación de péptidos opioides responsables de “cortocircuitar” la transmisión del dolor [7].
Esquema gráfico con los mecanismos de acción de DHA y EPA en la inducción de analgesia. DHA estimula la señalización por endorfinas induciendo la analgesia a nivel sensorial. EPA bloquea la síntesis de eicosanoides derivados del ácido araquidónico con efecto inflamatorio. Imagen reproducida de [7].
El efecto analgésico de EPA y DHA ha sido contrastado en el dolor neuropático crónico asociado a la diabetes.
Donde la activación del sistema opioide disminuye de manera significativa la percepción sensorial del dolor. Este hallazgo hace del Omega-3 una excelente opción terapéutica para el tratamiento sintomático del dolor crónico asociado a una enfermedad inflamatoria [8].
Otra manifestación frecuente de dolor crónico es el asociado a la osteoartritis, una enfermedad inflamatoria que cursa con desgaste de hueso y cartílago de las articulaciones. En pacientes afectados de Osteoartritis, se ha demostrado que el consumo de DHA es eficaz en la disminución de la percepción del dolor gracias a su capacidad para transformarse en resolvinas de la serie D. Estos efectos son debidos a la capacidad del DHA para ser transformado enzimáticamente en 17-hidroxi-DHA (17-OH-DHA), una oxilipina con un fuerte efecto analgésico capaz de estimular el sistema opioide neuronal y silenciar la neurotransmisión nociceptiva, tal y como se ha demostrado en ensayos clínicos de pacientes con osteoartritis [9] y migraña [10]. Además del efecto analgésico de 17-OH-DHA, es importante recordar que tanto el EPA como el DHA tienen un fuerte efecto antiinflamatorio en el sistema nervioso central y periférico, siendo capaces de frenar la síntesis de eicosanoides proinflamatorios derivados del ácido araquidónico y produciendo SPM capaces de resolver la inflamación y promover la regeneración de células y tejidos dañados por la respuesta inflamatoria. [11].
Llegados a este punto, es fácil entender porque el consumo regular de ácidos grasos y Omega-3, así como la suplementación dietética con DHA y EPA se perfilan como una prometedora estrategia terapéutica para el dolor crónico [12].
Conclusión ¿Qué nos puede ayudar a lidiar con el dolor crónico en el día a día?
Hoy en día son muchos los aspectos desconocidos de esta enfermedad, el avance de la ciencia ha confirmado que el consumo regular Omega-3 DHA y EPA son probablemente la mejor terapia para el tratamiento sintomático del dolor crónico.
Elegir un suplemento de Omega-3 de alta concentración y biodisponibilidad es clave para frenar las principales causas del dolor crónico, la inflamación y la estimulación nociceptiva, logrando así devolver una buena dosis de calidad de vida a los pacientes.
Referencias Bibliográficas:
- Berrocoso Martinez, A. et al (2018): Abordaje del dolor crónico no oncoló Rev Clin Med Fam [online]. 11 (3): 154-159
- https://www.sedolor.es
- Sánchez Jiménez, J. Tejedor Varillas, A. Carrascal Garrido, R. (2018): La atención al paciente con dolor crónico no oncológico en la atención primaria. Documento de Consenso [internet]. España: Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria, Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria. ISBN edición online: 978-84-606-5589-3; https://www.semfyc.es/wp-content/uploads/2016/06/DOCUMENTO-CONSENSO-DOLOR-17-04-A.pdf
- EFSA (2011): EFSA Journal, 9 (4): 2078
- Serhan, CN. et al. (2017): Treating inflammation and infection in the 21st century: new hints from decoding resolution mediators and mechanisms. The FASEB Journal, 31 (4): 1273-1288
- Laino, C. (2017): Innovations in Pain Management: Morphine Combined with Omega-3 Fatty Acids. The Open Conference Proceedings Journal; 08: 52-65.
- Redivo, DDB. et al. (2019): Acute antinociceptive effect of fish oil or its major compounds, eicosapentaenoic and docosahexaenoic acids on diabetic neuropathic pain depends on opioid system activation. Behav Brain Res.; 372: 111992
- Valdes, A.M., Ravipati, S., Menni, C. et al (2017): Association of the resolvin precursor 17-HDHA, but not D- or E- series resolvins, with heat pain sensitivity and osteoarthritis pain in humans. Sci Rep 7, 10748
- Ramsdem, CE. et al. (2021): Dietary alteration of n-3 and n-6 fatty acids for headache reduction in adults with migraine: randomized controlled trial. BMJ, 374: n1448
- Barden, AE. et al. (2016): Specialised pro-resolving mediators of inflammation in inflammatory arthritis. Prostaglandins Leukot Essent Fatty Acids;107: 24-29
- Mustonen, AM. & Nieminem, P. (2021): Fatty Acids and Oxylipins in Osteoarthritis and Rheumatoid Arthritis—a Complex Field with Significant Potential for Future Treatments. Curr Rheumatol Rep 23, 41
Excelente trabajo